El rey Pedro I y su madre querían eliminar las amenazas que pendían sobre ellos a manos de los nobles que habían alcanzado poder y riqueza gracias a Leonor de Guzmán, la amante de su padre.
Una de esas amenazas era el marido de Doña Maria Coronel, Juan de la Cerda, descendiente de la familia real de León y candidato a la corona real de ocurrirle algo a Pedro. El Rey ordenó que Juan fuera encerrado en la Torre del Oro. Ante el grave peligro que corría su marido, Maria Coronel viajó desde Sevilla para suplicarle personalmente al rey el perdón, y lo obtuvo, pero cuando volvió a la ciudad, Juan ya había sido ejecutado. Desolada, María se encerró en el convento de Santa Clara y se ordenó monja.
El Rey se había encaprichado de la belleza de María y la reclamó a su presencia. Ella no acudió y el rey Pedro I fue a buscarla personalmente al convento. María consiguió esconderse de él, tapando su escondrijo con palos y ramas pero el Rey volvió otro día sin avisar y la cogió por sorpresa. María corrió por todo el convento y llegó a la cocina, allí reaccionó echándose encima aceite hirviendo que la dejó desfigurada. A partir de ese momento, el Rey viendo su rostro perdió el interés y la dejó en paz.
Al morir Pedro I a manos de su hermanastro Enrique, el nuevo rey ordenó que se les devolvieran sus bienes a las hermanas Coronel. Con la fortuna recuperada María y su hermana Aldonza fundaron el convento de Santa Inés en el solar del antiguo palacio de su padre; allí se trasladaron en 1376 con las monjas del convento de Santa Clara.
Maria Coronel fue la primera abadesa del nuevo convento. Se cree que María falleció el 2 de diciembre de 1411, a los 77 años de edad. En 1626, al realizarse el traslado de sus restos, se encontró su cuerpo incorrupto, con el rostro y el cuello marcados por las quemaduras. Cada dos de diciembre, aniversario de su muerte, en la Iglesia de Santa Inés se expone al público su cadáver.
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I.P.P. y C. D.