La ‘montaña hueca’ esconde detalles que la convierten en el monumento más importante de la ciudad.
1. El templo respira
El equipo de conservación del templo, que dirige el arquitecto Alfonso Jiménez, colocó en julio de 2006 unos sensores para vigilar la evolución de los dos pilares agrietados del trascoro, entonces estudiados al detalle con ocasión de un complejo proceso de restauración felizmente concluido. La alarma saltó cuando los sensores informaron de movimientos de hasta tres centímetros. Las indagaciones durante las horas siguientes calmaron los ánimos. Las bóvedas de la Catedral se dilatan a diario a medida que va cambiando la temperatura. Experimentan un movimiento de subida por la mañana y otro de bajada al término del día, una suerte de respiración y expiración en un ciclo perfecto. Se dice desde entonces que la Catedral tiene vida. Y literalmente se mueve cada día. Según los expertos, es bueno que la arquitectura de bóvedas del templo tenga ese margen de movimiento en evitación de cualquier desastre, en cuyo caso la rigidez absoluta de la piedra no sería ningún beneficio, sino más bien un factor a jugar en contra. Los sensores colocados durante aquellos años demostraron que cualquier gran restauración debía ser aprovechada para conocer más y mejor el templo. La Catedral nunca deja de sorprender en detalles como una creación perfecta que comenzó a edificarse en 1433 y terminó de construirse a mediodía del 10 de octubre de 1506, según consta en la documentación original en posesión del Cabildo. Quinientos años después de aquella terminación, se sigue sabiendo más de esta gran montaña hueca.
2. ¿Por qué se cae la piedra?
La piedra empleada en la Catedral es conocida como calcoarenita. Es un material muy barato y de escasa calidad. El comienzo del siglo XXI ha estado marcado por los continuos desprendimientos, provocados por tres causas: la poca resistencia del material, su escasa versatilidad y el ennegrecimiento y debilitamiento provocado por la polución que ha generado el tráfico rodado de la Avenida hasta 2007. Los pináculos, por ejemplo, son víctima de una arenización que los va redondeando con el paso del tiempo. Las restauraciones de todas las portadas y la peatonalización de la Avenida han mitigado este problema.